Protestantismo

Apenas somos conscientes de cómo la Reforma Protestante ha influido en nuestras vidas. Tras el atormentado antihéroe del cine estadounidense, la felicidad autoimpuesta como deber absoluto, la imperiosa necesidad de triunfo profesional o las angustias de la soledad y el individualismo que nos abruman, podemos descubrir los ecos de una nueva antropología impulsada por la Reforma Protestante. La eclosión espiritual que implicó llevó a innumerables grupos y congregaciones a buscar la pureza espiritual, pero reflejó una moralidad y un control público que hoy nos aterrarían. En ciudades como la Ginebra de Calvino, se prohibió el juego, se cerraron los bares e incluso se prohibió celebrar la Navidad. No era extraño que, en países como Inglaterra, y en ciertas sectas, se regulara el número de platos permitidos o se prohibieran los postres y dulces. Buena parte del protestantismo vivía bajo el terror del inminente fin del mundo. Isaac Newton fue uno, entre muchos, de quienes escudriñaron el Apocalipsis para profetizar la fecha exacta del evento esperado. Por su parte, las Avispas (blancas, anglosajonas y protestantes) querían configurar una América racial donde otras razas y religiones no tuvieran cabida. Y fue en tierras alemanas, donde dominaba el protestantismo, donde el partido nazi logró obtener su mayor apoyo. Las mujeres, en el mundo protestante, creyeron encontrar su liberación, pero al final se vieron sumergidas en un mundo donde la sospecha recaía sistemáticamente sobre ellas, convirtiéndolas en potenciales brujas o adúlteras. Al mismo tiempo, en la Alemania luterana, las persecuciones contra los judíos estallaron como nunca antes, o en América, los Amish, que habían huido de Europa, se encontraban recluidos y el tiempo se detuvo para ellos. Este libro invita al lector a un emocionante viaje a través de estos acontecimientos que dejaron una huella imborrable en el mundo contemporáneo.