Omeros

Entre los diversos avatares que el aura legendaria de Homero y su obra ha conocido a lo largo de la historia de las letras inglesas, quizá los dos más asombrosos sean el Ulises de Joyce y el Omeros de Walcott. Como en la Ilíada («Omeros» es el nombre de Homero «en la antigua lengua de las islas»), invocado por una joven griega, Antígona, exiliada en América, la historia comienza con la rivalidad por el amor de una mujer. No es una princesa, sino una doncella negra antillana, y quienes luchan por ella no son reyes, sino pescadores. Sin embargo, el rostro de Helena es uno de esos en los que los dioses «consagran toda la belleza de una raza». Ama a Aquiles, pero lo deja por Héctor, y un día, cuando el pueblo se prepara para una fiesta, el despechado amante zarpa de Santa Lucía y, en un sueño iniciático y un viaje a través de los siglos, regresa a la tierra de sus antepasados, en la costa occidental de África. Y mientras Aquiles va en busca de sus raíces, otro personaje clave de la obra, Dennis Plunkett, el hombre blanco, el colonizador, el eterno marginal en un pueblo que ama, también completa su odisea personal: tras sucumbir al encanto de Helena (una vez que la isla recibió el nombre de la muchacha), se convierte, por amor a ella, en un experto en la historia del lugar, así como en sus batallas. El narrador, el aprendiz de brujo de Homero, el propio Walcott, nació allí pero vive en Boston, ha viajado por el mundo y regresa para visitar a su madre viuda, y él también se deja llevar por las corrientes y contracorrientes que unen y separan a los personajes del poema, y ​​también está fascinado por Helena.