Las horas subterráneas

Todos los días, Mathilde toma el metro, luego el tren de cercanías, para ir a la oficina de una gran multinacional donde trabaja en el departamento de marketing. Todos los días, la misma rutina, los mismos trenes. Pero algo sucedió hace un tiempo: se atrevió a expresar una opinión diferente a la de su malhumorado jefe, Jacques. Poco a poco, se encuentra aislada de todo, sin trabajo que hacer. Thibault es paramédico. Cada día conduce a las direcciones que recibe de su controlador. La ciudad no le ahorra ningún sufrimiento: atascos, plazas de aparcamiento difíciles de encontrar, camiones de reparto que bloquean su ruta. Es muy consciente de que puede ser el único ser humano que muchas de las personas que visita verán en todo el día y conoce bien las enfermedades sintomáticas, los grandes desastres, el ajetreo y, por supuesto, la inmensa y omnipresente soledad de la ciudad. Antes de un día de mayo, Mathilde y Thibault no se conocían. Eran solo dos figuras anónimas en una multitud, empujadas, acorraladas y presionadas continuamente por el mundo urbano sin amor.