El bar de las grandes esperanzas

JR Moehringer creció cautivado por una voz. Era la voz de su padre, un disc jockey neoyorquino que desapareció antes de que JR pronunciara su primera palabra. Sentado en la entrada, pegado a la radio, JR se esforzaba por escuchar en ese melodioso barítono los secretos de la masculinidad y la identidad. Aunque su madre era su mundo, su roca, ansiaba algo más, algo débil y evocadoramente audible solo en La Voz. A los 8 años, repentinamente incapaz de encontrar La Voz en la radio, JR se dirigió desesperado al bar de la esquina, donde encontró un coro entusiasta de nuevas voces. Los alfas de la barra —incluido el tío de JR, Charlie, un doble de Humphrey Bogart; Colt, un doble del Oso Yogi; y Joey D, un luchador bondadoso— llevaban a JR a la playa, a los partidos de béisbol y, finalmente, a su círculo. Le enseñaron a JR, lo cuidaron y le brindaron una especie de paternidad por comité. Dividido entre el conmovedor ejemplo de su madre y el sórdido romance del bar, JR intentó forjarse un yo en algún punto intermedio. Pero cuando llegó el momento de irse de casa, el bar se convirtió en un santuario cada vez más seductor, un lugar al que regresar y reagruparse durante sus travesías picarescas. Una y otra vez, el bar le ofreció refugio del fracaso, el rechazo, el desamor y, finalmente, la realidad.