Charlie, el amor y los clichés

William Carter, el desconocido que conocí hace seis años, era la última persona que imaginaría ver en la empresa de mi padre donde trabajo. Mientras entro en pánico, lucho contra las mariposas en el estómago y, en general, me esfuerzo por actuar con normalidad, me doy cuenta de que ni siquiera me recuerda. No estoy segura de si debería sentirme aliviada o desconsolada. Las cosas empeoran cuando me entero de que tendremos que trabajar en espacios reducidos. Me prometí a mí misma que nunca esperaría a otro chico ni pospondría mi propia vida, pero temo que William Carter pueda arruinar mis planes de esperanza. Anhelo su contacto como nunca antes lo había anhelado. Pero ambos sabemos que somos un juego perdido, así que seguimos admitiendo que ninguno de los dos está enamorado del otro.